Esta semana mis dos piernas me han llevado muy lejos. En concreto, el sábado fueron capaces de cargar conmigo durante 5 horas seguidas subiendo desde Santo Espíritu y de forma consecutiva, la Cruz, la Redona de Gilet, el Xocainet y la Mola de Segart.
No es un viaje baladí, ni mucho menos, tengo que estarles muy agradecido de que hicieran eso por mi. Ni siquiera ha sido el viaje más largo que han hecho por mí, ni la hazaña más sorprendente, pero me gusta mucho que estén ahí siempre que las necesito.
Mis piernas han sido maltratadas toda la vida: de crío siempre llevaba las rodillas raspadas, e incluso una vez me hice un rasgón importante, luego más tarde anduve con bastantes esguinces por torpe, para castigarlas más me cargué de un montón de kilos que han tenido y tienen que soportar como penitencia permanente, hace unos años no se me ocurrió otra cosa que saltar del escenario de la falla y hacerme un esguince crónico en mi tobillo izquierdo que aún hoy me duele cuando se sobrecarga y además me rompí el año pasado el menisco de la rodilla derecha en un ejercicio de malabarismo teatral.
Resultado unas piernas olvidadas y aún castigadas continuamente que sin embargo nunca me abandonaron y siempre hicieron por mí todo lo que les pedí.
Así que aprovecho este rinconcillo para mostrarles mis mayor gratitud, además de comprometerme a cuidarlas mucho más. Ambas, mis dos señoras piernas, deben de ser tratadas con mucho más cariño, así como ellas me sirven a mí, yo voy a servirlas a ellas de ahora en adelante.
Por tanto declaro mi compromiso público con mis señoras piernas: podéis estar seguras que os voy a cuidar y mimar de ahora en adelante dándoos la importancia que tenéis en mi vida, que es mucha. Os quiero hacer un regalo en prueba de mi compromiso. Pronto lo recibiréis.
Gracias, gracias y gracias mientras tanto.