04 noviembre 2007

Dolor

Cuando quien te abofetea es quien más quieres, el dolor no se siente en la cara. Llevas el dolor en el estomago, ahí dentro donde solo el tiempo lo puede curar.
Cuando quien crees que más te conoce y más debería confiar en ti, duda, ¡no!, ¡no duda! está segura de que estás en el sitio al que jamás irías, que has recorrido completo el camino del cual no has dado ni un solo paso, ni siquiera imaginario, el dolor casi se hace insufrible.
Cuando quien insulta tu inteligencia es quien más respetas y admiras, la razón se nubla por un instante, ciego de rabia y de furia, con el alma herida y dudando si sanará algún día.
Cuando la dicha de compartir se convierte en ardor por la desconfianza, cada minuto es un suplicio que quieres que llegue a su fin.
Y seguro que hay razones, lo que más duele, es que he dado razones, y que sea o no verdad no cambia nada. Yo he generado la desconfianza, he logrado hacer que me desprecie, le duela mi compañía y se aleje de mi.
Yo fui quien primero le causé el dolor, abandonándola a su suerte primero y entrometiéndome donde no me llamaban después.
¿Y que decir?¿Más disculpas? Es tarde, ni siquiera sé si me cree, o duda hasta el punto de no retorno.
Aprender, me queda aprender, y quizá, solo quizá, reconstruir poco a poco la confianza.
Cuando tiras por tierra años de cariño, duele, duele mucho. Muy dentro. Mucho

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