21 diciembre 2007

La intrusa

Andan las hijas de Mnemósine revolucionadas.
La intrusa entrometida les quita trabajo, atención y gloria.
A la del bello rostro la envidia le corroe por la elocuencia de la intrusa, ya no es la primera entre todas y su majestuosidad queda eclipsada cuando la otra me regala sus narraciones.
Si me habla del pasado y me dibuja a los héroes es la que celebra la que se siente ninguneada por su precisa oratoria y su sinfín de historias que contar.
La amorosa es la más dolida, sin duda sus virtudes se quedan eclipsadas ante las picaras y galantes andanzas de la nueva, que desdeñosa la ignora como si no existiera.
A la del buen ánimo es su asqueroso dominio del arte de las musas, que ellas creen propio y que no consienten compartir con nadie, lo que le irrita. Cada nota que inspira la intrusa melómana es una punzada dolorosa en el corazón de la de ya no tan agradable genio.
La melodiosa gira la cara y la ignora, casi no le pisa su terreno, aunque a veces le pica que dramatice abusando de su poder y que ella, ausente, haya dejado el campo libre para sus desmanes.
Sembrada anda también la de los muchos himnos, la sagrada, aquella le supera en el uso del lenguaje e incluso de los gestos, y su armas, la retórica y la pantomima, se ven pequeñas ante las de la nueva.
Talía, a la que llaman florecer es otra jodida, jodida. Sus virtudes acaban de desaparecer, la comedia ya no es su reino y su aspecto vivaracho y mirada burlona ya solo son un recuerdo del pasado ante el iridiscente aspecto de su nueva rival.
Solo una vez se rió la que deleita en la danza de la intrusa, y siempre desde entonces se arrepiente de haberlo hecho, ahora humillada una vez tras otra. Cada baile, cada danza, cada paso es una bofetada en su cara por reírse de aquel resbalón inoportuno.
La pequeña, la celestial, apenas tiene motivos, pues aunque la otra brilla como una estrella no es envidiosa. Pero le duele la humillación a sus hermanas y eso hace que sea la que más la odia.
Y ella ajena a su disgusto, vendrá mañana a regocijarse con su obra, que no es mía. Y me restregará por la cara su omnipotencia y me recordará que lo poco que logro es gracias a ella.
Y ufana y orgullosa, marchará dejando seca la fuente de mi inspiración hasta que la curiosidad o el aburrimiento le animen a visitarme otra tarde de estas.

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