Me halaga su interés, como no ha de hacerlo, a cualquiera le halagaría. Y me duele mi aparente indiferencia, que no es tal. Me da miedo su que sufra sin razón, no lo merece. Nadie lo merece. No quiero jugar, lo sabe, con sus sentimientos. Cada aproximación es una temerosa acción donde ando con pies de plomo para evitarle el daño.
Siento ser tan injustamente severo, puede que sea solo una forma de autoprotección, de distancia. Cada uno es libre de equivocarse por si mismo. No tengo derecho a juzgar y entrometerme. Lo hago continuamente. Con todos. Debo cambiar.
Me sorprendo dándole vueltas al tema. Me inquieta. Me incomoda.
Quien sabe. Pero no será la suerte. La suerte no existe.
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