Hace tiempo que no practico el juego, ayer me decidí de nuevo. La tensión previa es importante, pero intento tranquilizarme, sé que soy capaz, lo he practicado cientos de veces, y soy muy bueno, no debo de temer.
Ojeo a los posibles adversarios, no les tengo miedo, son ellos los que debe temerme, pero lo desconocido siempre causa desazón. Me deseo suerte y comienza el baile, me noto torpe, incomodo, hace tanto tiempo, que mis pasos son inseguros y patosos. No domino la pista, y desde el principio no llevo la iniciativa.
Tengo que salir de los pasos conocidos, que los dos estemos en igualdad de condiciones, pronto lo consigo, empiezo a vislumbrar su inseguridad. Se nota en su indecisión, sus pausas, sus dudas.
De pronto veo la ocasión, voy a asestar el golpe, el corazón se acelera, sé que si fallo el juego se volverá contra mi y me iré a casa con el rabo entre las piernas. Me he prometido ser cauto, no cometer errores, esperar a que tropiece y caiga. Aquí está la ocasión, pero para aprovecharla he de descubrir mis cartas, arriesgarlo todo. Vamos allá.
He subestimado a mi adversario, se ve arrinconado y se escabulle y retuerce como un león encerrado. Evito sus zarpazos, por un momento, pienso que se escapa, andamos por el filo de la navaja, un ligero error y adiós. El corazón a cien.
Paseo impaciente, está hecho, ya es solo cuestión de técnica, no tiene escapatoria, solo yo lo puedo echar a perder, pero sé que lo puedo echar a perder, no sería la primera vez.
Me limito a apretar y apretar, está contra las cuerdas, desvalido, hundido, solo se retuerce, no dejo que me alcancen sus dentelladas.
Claudica, respiro, ya solo queda disfrutar del triunfo, porque mañana el juego puede llevarme a la derrota.
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