Querer decir adiós y estar aquí atado por la pata. Querer huir de la prisión que cada uno se construye, volar libre sin lastres que amarguen tu camino. Eso quiero.
El eterno conflicto entre la libertad y el compromiso. No quisiera perder lo más valioso, esa capacidad de decidir cada día, cada hora, cada minuto, que voy a hacer con mi vida. No obstante conforme pasan los años te vas atando con sogas invisibles y perdiendo uno a uno tus grados de libertad.
Esto es una de las cosas que más me angustia. ¿Es imprescindible el compromiso? Parece que sí, lo demás, siempre los demás, valoran especialmente que te compromentas, que hagas lo que has dicho que vas a hacer. O al menos que digas que lo vas a hacer. Se valora más que digas que lo vas hacer que incluso que lo hagas.
Puede que seas un informal, incapaz de sacar adelante nada de lo que te comprometas. ¡No pasa nada! Eso es perdonable, al menos lo has intentado. ¡Ah! pero no dejes de comprometerte, entonces es que tienes miedo, que no te atreves, que eres un cobarde conformista que no quiere mojarse.
Supongo que a todos nos tranquiliza que los demás se comprometan con nosotros. Que se aten a mi, a través del matrimonio, de hacernos un contrato indefinido en el trabajo, confírmame que vendrás a mi fiesta de cumpleaños, dime que vas a acabar a tiempo esa reforma, ¡Pero como que no sabes si el sábado vienes a cenar con nosotros! ¡Convenenciero! Vivir en la incertidumbre es muy duro, ya lo sé, yo también lo sufro, pero creo preferir la incertidumbre a la falta de libertad.
Y después de todo miro mi agenda, mis retos pendientes, mis compromisos reales o imaginarios y lo veo todo lleno, y aún me acuso, y supongo que me acusan, de que no me comprometo lo suficiente.
Ganas de mandarlo todo a la mierda, hacer tabla rasa, levantarme mañana y decidir ¿Que hago hoy?¿Y el resto de mi vida?
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