No voy a llamarte a felicitarte, hace poco días me recordabas que hoy sería tu día, no hacía falta, no lo había olvidado. O sí, ya sabes que olvido lo que no apunto. Pero esto lo tenía apuntado.
Aquel día, ¿trágico?, en el que me recordaste la fecha futura, empezó con risas y dulzura y acabó ahogado en lágrimas y dolor. Transcurrido ya un tiempo prudencial me atrevo a salpicar de palabras el papel, no para lamentarme, ni reprocharnos nada, ni volver la vista atrás. Lo pasado, pasado está, hemos aprendido y seguimos camino.
No, solo quería hacerte mi pequeño homenaje, ese que tanto mereces y que nunca te hice ni privada ni públicamente, siento no haberlo hecho mejor antes, espero reparar al menos en parte este agravio que sé que te dolía.
Ante todo debo agradecerte cosas.
Todos y cada uno de los detalles con que regaste nuestro jardín, cada mimo, cada gesto, cada risa, cada palabra, cada sorbo que bebimos.
Todo las palabras con las que me lavaste, me peinaste, me vestiste, me perfumaste y que hicieron que pareciera mucho más de lo que soy. Cada una de ellas me lleno de orgullo.
Todo lo que me enseñaste de la vida, tu fuerza, tu optimismo, tus experiencias compartidas, tus sufrimientos y como los sobrellevabas casi siempre con una sonrisa.
Todos los caramelos que compartimos, colores y sabores hasta entonces desconocidos que hacían que cada bolsa fuera una aventura.
Todo lo que me has hecho sentir y vivir y que me ha hecho crecer como persona, llevándome a cotas antes inimaginadas.
Y no, no me lamento, quizá me entristecí, pero ya sabes que pienso que las cosas empiezan y acaban, todo tiene fin, lo tengo asumido.
Y no, no fuiste la crueldad de mi existencia, lo que no significa que no fueras alguien muy importante para mi.
Y no, no te aborrezco por lo errores cometidos. Todos cometemos errores, y lo importante es reconocerlo y aprender para la próxima vez.
Y no, no te arrancaré tu voluntad. Tu eres la única responsable de lo que haces y sientes.
Y no, no escupo el veneno que me encadena. Porque no tengo ni cadenas ni veneno.
Y tus lágrimas bañadas de mi incomprensión, quizá debas renegar de ellas. Pero no seré yo quien te obligue.
No te puedes culpar por no haberme llegado, hiciste todo lo necesario. Fui yo el que no lo hizo. Lo sabes. No me consuela el haberte advertido, pero al menos fui honesto contigo.
Y no sé si fue en vano lo que viviste conmigo. Yo lo guardaré en mi particular cajita de flashes, pero claro, eso yo.
Y no, no creo en ganadores y perdedores. No me empeño en ganar cada encuentro, ganamos juntos y perdimos juntos. Pero no pienso que estemos derrotados. Tan solo maltrechos por un lance del encuentro. Levántate, sacúdete el polvo y sigue jugando.
Y no, tu silencio no me va a herir. Lo entiendo.
Y no sé si el adiós que te ofrezco es digno como esperas. Me temo que nunca lo sería.
Espero que esto no lo leas nunca, no debes leerlo, lo sabes, pero quizá llegue hasta tus oídos algún día. Gracias. No te olvidaré. Te quiero.
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