12 octubre 2006

¡Que cacareen!

Me duele que me juzguen por mi propio rasero. ¡Que hipócrita!
Me enfrento a estándares sociales que no cumplo y a que alguién que aprecio decida en función, no de si mismo, sino de lo que cree que pensarán los demás.
Me descubro haciendo lo mismo, y a la misma persona que oye sus propios ¡que dirán! la enfrento al juicio de mis ¡que dirán!
Me descubro en muchos de mis roles (organizador, nodo, directivo, etc) haciendo las cosas, no porque me apetezca sino por que es lo que se espera de mí, buscando el reconocimiento ajeno.
Todos somos esclavos de nuestros roles, pero la necesidad de reconocimiento ajeno es, sin dejar de estar bien presente en la pirámide de Maslow de cada uno de nosotros, una de las más crueles.
Una de mis ¿nefastas? poesias de juventud me viene a la cabeza:

Vociferan las multitudes,
Que vociferen.
Cacarean las gallinas en el corral,
Que cacareen.
¿Que sabrán ellos de ti y de mí?
Que especulen.
Murmuran a nuestra espalda,
Que murmuren.
Pero que no te hagan daño, cariño,
que no te hagan.
Y si se atreven a hacértelo, cariño,
si se atreven.
No dudes en decirmelo, cariño,
no dudes.
Y te juro que les haré callar, cariño,
te lo juro.
Intentaré que no me duelan estas cosas, al fin y al cabo yo decido. Intentaré no juzgar, también yo decido. Y sobre todo intentaré ser más autosuficiente emocionalmente y actuar en función de mi mismo (al fin y al cabo, la persona más importante del mundo :-) y no de los demás.
Después de todo soy yo quien tiene la capacidad de decidir. ¡Es maravilloso!

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