Hoy me han pedido sinceridad, y vaya, he tenido uno de esos arranques de espontaneidad que te hace arrancan de cuajo un trozo del alma y arrojarlo a los pies del que te pide la verdad.
Ahora me encuentro con una sensación extraña, por un lado la satisfacción del que se queda a gusto, por que ha dicho de una vez lo que piensa y ha soltado el lastre emocional asociado a esos sentimientos ocultos que bregan por saltar al ruedo de la vida y la inquietud del que ha desnudado sus sentimientos para que sean escrutados, quien sabe si publicados, y en cualquier caso aireados a los cuatro vientos de la vorágine turbulenta de mis relaciones.
Hace tiempo que me planteo ser más transparente con mis emociones, pero me cuesta tanto acostumbrado a vivir en el castillo ¡Eh! y por otro lado no soy dado a excesos de sinceridad, prefiero por lo general vivir en el tranquilo mundo de la moderación. Sufro continuamente esta dualidad, generando un duro conflicto que este vez ganó la más atrevida de las opciones.
Dada la confianza del receptor contra el que he lanzado mis despojos de sinceridad, espero que no se agravie ni disminuya nuestra amistad, no obstante, por supuesto hay riesgo a correr. Al final me temo que todo seguirá igual, y digo me temo, porque en muchas ocasiones avanzas en grados de confianza esperando que tu gesto se aprecie como lo realmente importante que tú lo consideras debido a la dificultad del mismo y luego resulta que se olvida o se esconde bajo el manto del día a dia que vuelve a ser rutinario y aburrido, siempre con miedo de volver a mostrarla.
Pero es que, incluso para desnudar el alma hay que llevarla bien duchadita y perfumadita.
La alternativa al aburrimiento, es aterradora, y es que una vez desprotegido, quedas como un niño desnudo a espensas de las bestias del bosque que no dudarán en devorarte, no por maldad, sino por que su instinto les obliga. Pero en este caso seguro que en su reencarnación será más fuerte, vigorosa y libre por lo que en definitiva daré por bien empleado mi arrebato dialéctico.