Ayer me tocaron las narices 3 veces. Y de repente me pillé una rabieta después de otra. Es algo más habitual de lo deseable. Me pasa cada vez que alguien me contradice, me ignora, me cuestiona.
Y no, no creo que tuviera un mal día, tenía un día normal, o al menos tan normal como cualquier otro. Simplemente me comporté como ese chiquillo malcriado que no consiente que nadie le contradiga y se enfurruña y grita y se tira al suelo y esclaviza a sus padres.
Puede ser que las personas que provocaron mis rabietas ni se dieran cuenta de ello, casi con toda seguridad no quisieron provocarlas. Es más la persona causante de mis rabietas no fue ninguna de ellas, fui yo solito.
Yo solito provoqué las situaciones que desencadenaron mi malestar, yo solito me monté la película de lo que entendí que eran agravios, yo solito juzgué y condené a quien yo sabía que no era culpable de nada, yo solito anduve el camino de la indignación y casi la ira que me rasgaron la hiel, yo solito renuncié a resolver el problema dando un paso al frente y asumiendo la responsabilidad.
Y no me consuela que no sea el único, que casi todo el mundo reaccione de una forma inadecuada ante las situaciones no deseadas que les van sucediendo por la vida.
No voy a ser condescendiente, una vez como tantas otras no he sabido controlarme. Las recetas que sistemáticamente recomiendo a mi alrededor, no las aplico para mi mismo, lo cual lo convierte en un modo de hipocresía bastante curioso.
Tampoco pretendo martirizarme con ello, solo reflexiono en voz alta y rememoro las muchas veces que he podido gestionar mejor esas emociones que aprisionan mis muñecas y me pregunto su algún día me libraré de las mismas dando el salto al siguiente estadio de mi particular evolución.